José Antonio RODRÍGUEZ VEGA

El Mataviejas

Asesino en serie

Violador convicto

Santander, España

Condenado a 440 años de prisión el 5 de diciembre de 1991. Asesinado en prisión el 25 de octubre de 2002

Primero fue «el violador de la moto». Con su cara de buena persona consiguió el perdón de la mayoría de sus víctimas. Otra vez en libertad, abusó de dieciséis ancianas y las mató en el transcurso de un año. Durante el juicio se mostró imperturbable, cínico y sonriente.

De vez en cuando, con más frecuencia de la que se supone, surge un psicópata desalmado, autor de crímenes en serie, que sabe lo que hace, pero no lo siente. Produce un desarrollo neurótico de su personalidad y desarrolla una perversión sexual múltiple, aunque su psicopatía es una forma de ser, pero no una enfermedad mental. Mata consciente del acto de matar, lo que habitualmente le proporciona placer.

El desarrollo de la psiquiatría permite descubrir a estos pervertidos y separarlos de los enajenados. La diferencia es cualitativa: los locos no son imputables, mientras que los psicópatas desalmados pagan por sus crímenes.

Uno de estos ejemplares humanos distintos a los demás, capaces de superar en horror a todo lo conocido, fue detenido en Santander a finales de la década de los ochenta. Se trata del albañil José Antonio Rodríguez Vega. Un hombre moreno, de mirada penetrante. De nariz aguileña y boca muy marcada. Con cierto aire de desamparo.

Pese a su aspecto inofensivo, fue culpado de al menos dieciséis asesinatos de ancianas. Durante el juicio hubo que discernir si se trataba de una bestia implacable o de un ser humano con las facultades mentales perturbadas.

El informe de los psiquiatras que lo examinaron, Carlos Fernández Junquito, José Antonio García Andrade y Miguel Rodríguez, fue concluyente: «Conserva inalterado su sentido de la realidad y es capaz de gobernar sus actos, siendo resistente a los tratamientos, lo que ensombrece su pronóstico: su peligrosidad es muy alta.» 

José Antonio Rodríguez, un hombre joven, tiene como rasgo distintivo su rostro de buena persona. En su cara se compone el gesto beatífico del que nunca ha roto un plato. Algunas de sus víctimas lo consideraban una «bellísima persona».

En su juventud, Rodríguez Vega se convirtió en un agresor sexual cometiendo varias violaciones en número no determinado, hasta que fue detenido e identificado como el célebre «violador de la moto». Durante el tormentoso proceso que se siguió contra él fue condenado a veintisiete años de prisión. De ellos cumplió sólo ocho.

Con un innegable poder de persuasión y aprovechándose de su expresión beatífica obtuvo el perdón de todas las mujeres que había violado menos el de una a la que no pudo engañar. No logró librarse de la cárcel, aunque estuvo a punto, pero consiguió reducir su condena.

De nuevo en libertad, Rodríguez Vega se dedicó a ganarse la confianza de ancianas solitarias. Primero las observaba y estudiaba sus costumbres. Hacía un seguimiento completo y minucioso de sus víctimas. Una vez que tenía suficientes datos sobre su forma de vida, las abordaba.

Para que las elegidas no dudaran en franquearle la puerta de su hogar se hacía pasar por el reparador de la televisión o algún otro servicio similar. El otro recurso más empleado para penetrar en los hogares de las mujeres solitarias era su profesión de albañil. Se ofrecía a hacerles reformas o reparaciones en sus casas, y una vez dentro, las asaltaba sexualmente y las daba muerte tapándoles las vías respiratorias.

El tipo de muerte que las infligía consiguió despistar a los médicos, que durante los primeros asesinatos dictaminaron como fallecimientos naturales lo que no eran otra cosa que los crímenes del llamado «Landrú cántabro».

En algunas ocasiones, el despiste, la ligereza o el error de los que extendieron los partes de defunción de las víctimas de Rodríguez Vega fue tal que llegaron a dar por muerte natural cadáveres encontrados con la ropa interior bajada o los órganos sexuales sangrando por haber sido violentados. A una de sus víctimas se la encontró con la dentadura postiza clavada dentro de la garganta.

Pese a las evidencias en contra, el dictamen médico era siempre el mismo: «Muerte por fallo cardiaco.» Era exacto, pero pasaba por alto que el fallo cardíaco había sido provocado.

El asesino de ancianas tenía un «modus operandi» que repetía en todos los casos. Primero se ganaba la confianza de las mujeres. Una vez dentro de la vivienda las asaltaba y les tapaba las vías respiratorias mientras abusaba de ellas hasta que sufrían un síncope. Finalmente siempre se llevaba alguna pertenencia a modo de recordatorio.

Cuando la policía le descubrió encontró un cuarto decorado en rojo en el que tenía expuesta su colección de fetiches pertenecientes a sus víctimas: joyas, televisores, alianzas, porcelanas, incluso un florero con flores de plástico. No lo guardaba por el valor de lo robado, sino por el valor que tenía para el criminal contar con un objeto de la víctima para su morboso recuerdo.

Los asaltos sexuales variaban en intensidad y procedimiento. Con frecuencia se ayudaba de palos u otros objetos en su comportamiento aberrante. Aunque fue acusado de al menos cuatro delitos de hurto en el transcurso de sus crímenes, el móvil era en todos los casos de tipo sexual. Los crímenes de las ancianas, aunque no se descarta algún otro no denunciado o contabilizado, fueron dieciséis en el espacio de un año, de abril de 1987 a abril de 1988. La más joven de las asesinadas tenía 61 años, y la de mayor edad, 93.

He aquí la lista macabra:

Victoria Rodríguez, 61 años; asesinada el 15 de abril de 1987.

Simona Salas, 84 años; asesinada el 13 de julio de 1987.

Margarita González, 82 años; asesinada el 6 de agosto de 1987.

Josefina López, 86 años; asesinada el 17 de septiembre de 1987.

Manuela González, 80 años; asesinada el 30 de septiembre de 1987.

Josefina Martínez, 84 años; asesinada el 7 de octubre de 1987.

Natividad Robledo, 66 años; asesinada el 31 de octubre de 1987.

Catalina Fernández, 93 años; asesinada el 17 de diciembre de 1987.

María Isabel Fernández, 82 años; asesinada el 29 de diciembre de 1987.

María Landazábal, 72 años; asesinada el 6 de enero de 1988.

Carmen Martínez, 65 años; asesinada el 20 de enero de 1988.

Engracia González, 65 años; asesinada el 11 de febrero de 1988.

Josefina Quirós, 82 años; asesinada el 23 de febrero de 1988.

Florinda Fernández, 84 años; asesinada el 16 de marzo de 1988.

Serena Ángeles Soto, 85 años; asesinada el 2 de abril de 1988.

Julia Paz, 71 años; asesinada el 18 de abril de 1988.

Esta escalofriante relación de muertes se produjo a intervalos muy cortos. El mayor espacio de tiempo transcurrió entre el primero y el segundo asesinatos. Pasaron cerca de tres meses sin nuevos cadáveres que añadir a la lista.

Rodríguez Vega estuvo casado. Su esposa, Socorro Marcial, le abandonó cuando fue condenado como «el violador de la moto». Se llevó al único hijo de la pareja. Entonces él se buscó como compañera a una mujer disminuida mental. Su difícil relación con las mujeres empieza con la dependencia de la madre a la que ama y teme. Sigue con una vida conyugal claramente poco satisfactoria durante la que lleva a cabo una doble vida: se esfuerza en ser un marido modelo mientras es un violador al acecho.

De todas formas, su explosión asesina fue algo que, aunque iba fraguándose poco a poco, se reveló de una forma repentina. Su primera víctima fue una prostituta que pese a su avanzada edad, según admitió la hija durante el juicio, todavía ejercía su comercio con los hombres. Ese detalle facilitó las cosas. El asesino no tuvo mayor problema en acercarse a ella. El final de su trato carnal fue inesperado. Probablemente el resultado de su frustración. Pero la muerte de la anciana debió de enseñarle un camino de perversión, un modo en el que alcanzaba niveles de excitación inexplorados.

Esta primera muerte marcó todas las demás. Una vez convencido de que su mayor placer lo obtenía con mujeres que no pudieran defenderse, emprendió un camino sin retorno. Los crímenes se sucedieron. En cada uno de ellos, Rodríguez Vega era cuidadoso en los detalles. No dejaba huellas. Tal era su pulcritud en la comisión de los asesinatos que la hija de la primera víctima, por mucho que lo intentó, no consiguió convencer a los policías de que la muerte de su madre había sido un crimen.

En la cadena de asesinatos hubo casos en los que la familia tardó varios días en descubrir que la anciana había muerto. Eran mujeres que vivían solas. Su muerte era un trámite para los médicos y, en alguna ocasión, una liberación para las familias. El asesino podría haber seguido gozando de su impunidad.

Pero algunos familiares lo denunciaron. La intriga fue creciendo y poniendo en apuros a los investigadores. La policía, cuando se encontraba más perdida, encontró una coincidencia: en varios de los domicilios en los que habían sucedido muertes sospechosas de ancianas se habían llevado a cabo reformas de albañilería. En una de las casas fue hallada una tarjeta con el nombre y dirección del presunto culpable.


Poco después se produjo su detención. Un segundo examen de los cadáveres descubrió señales de violencia.

Aquí hay un breve clip de él en el juzgado, al comienzo del video, durante las primeras etapas de su investigación en 1988. Había sido arrestado solo unos meses antes.

Archivo CNE

Durante el juicio, celebrado en Santander a finales de noviembre de 1991, Rodríguez Vega se descubrió como un ególatra con afán de protagonismo que miraba fijo a las cámaras, sin huir ni taparse, deseoso de que se conociera su cara.

Vega se comportó de manera arrogante y condescendiente durante las sesiones del juicio, burlándose del sufrimiento de las familias de las víctimas.


El rostro de un asesino imperturbable, sonriente y cínico ante los insultos de los familiares de las víctimas, que alardeaba del perdón que le concedieron las mujeres que violó y de ser recibido después en las casas de esas mujeres «como un señor» haciendo una burla terrible de aquel perdón. También alardeó de no tener problemas sexuales, afirmando que hacía el amor todos los días. Eso sí, se le heló la sonrisa en la boca cuando escuchó la sentencia que le condenaba a cuatrocientos años de prisión.




Este fue el relato de los hechos del sumario.

1) «…De las primeras no me acuerdo, fueron quince…, en la calle de San Pedro, iba al bar de un amigo que está cerca y estaba la señora ésta, tendría unos cincuenta años, entablamos conversación, subimos para su casa, charlando de sus cosas, de la vida de ella, ella dijo que subiéramos y allí pues nos metimos en la cama, seguimos hablando, pero ya desnudos en la cama, desnuda de medio cuerpo para arriba, me dijo que era soltera, era atractiva… hicimos el amor, después me entró la agresividad esa, no me corrí, hicimos la penetración y en ese momento me entró la agresividad, era como una excitación fuerte, de cintura para arriba ella me quería quitar y yo seguía, no me podía correr…, en ese momento la tapé la boca para que no chillara, yo notaba como quejidos, cogí las cosas y me marché…»

2) «…Me parece que fue una vecina mía en la calle Alta, pues venía de la tienda de puertas blindadas y en la puerta había una señora con una bolsa y me dijo que pasara…, pasamos al dormitorio, me dijo si quería un café con leche, dije que no y en ese momento la ataqué sin saber porqué. La subí las faldas, yo vestido, ella decía «que haces», yo no contestaba, la tapé la boca, chillaba, perdió el conocimiento, la levanté las faldas, la toqué por las partes y me marché…. cogí 25.000 Pts».

3) «…La di un folleto de seguros de TV, me pasó dentro, le expliqué, dijo si quería algo y yo me lancé sobre ella y la tapé la boca, la levanté las faldas, tenía unos 50 años; y perdió el conocimiento, la quité un anillo que llevaba puesto, me gustó, la metí mano por el sexo…. me marché para casa (sin ninguna excitación), estaba la compañera, hice el amor con ella…»

4) «En la misma calle Alta… llamé, me pasó la señora dentro, tendría 64 años, me enseñó la casa, dijo que quería cambiar la cocina y me entraron esos agravamientos y me lancé sobre ella, la tumbé en la cama, la metí mano, chillaba, la tapé la boca, perdió el conocimiento, cogí unos abanicos, chucherías y me marché».

5) «Me parece que fue Natividad, llegué, le cambié la puerta blindada, después de terminar me dijo que la visitara cuando quisiera, tenía 60 años para arriba, volví, me dejó que me quedara a cenar, hicimos el amor los dos, fue normal, sentí placer, con penetración, con eyaculación, después me entró eso, me decía que qué me pasaba, la tapé la boca, yo no contestaba, se quedó sin conocimiento, me fui a la sala, me dio por llevarme la TV…»

6) «…Era alta ella, unos 65 años, en la calle San Celedón y resulta que empezamos a hablar de TV y ella no tenía TV, que si me apetecía un café, lo tomé, empecé a sentir agresividad y es cuando la ataqué, me eché sobre ella, la tapé la boca, quise desnudarla, no pude, no se dejaba, la tapé la boca y perdió el conocimiento, no sé si la toqué por encima, no recuerdo».

7) «Esta era baja, de unos 70 años, dijo si subía arriba y le expliqué lo de la TV, me lancé sobre ella, la tumbé en la cama, la subí las faldas y tocarla, al chillar la tapé la boca, se quedó inconsciente y la manoseé, notaba y no notaba excitación… me marché…»

8) «…Una de la calle Cisneros, pasé dentro, me dio casera con vino, me enseñó la casa, me pasó a su habitación, me entró la euforia esa y me lancé sobre ella, la levanté las faldas, la empecé a meter mano, empezó a chillar, cuando la tapé la boca se desmayó, cogí unas joyas y me marché…»

9) «…La de Muriendas, a esa la puse la puerta blindada y la gustó, me sacó un blanco y aceitunas, vimos el programa del lunes, me sacó una cerveza, me lancé sobre ella y empecé a meterla mano, empezó a chillar, me notaba excitado, me lancé, nos caímos y es cuando la tapé la boca, me parece que hubo penetración, pero no notaba yo excitación en ese momento, no me corrí, ella chillando, la tapé la boca, me asusté y la dejé con quejidos salteados…»

10) «…La de la Plaza de Numancia iba con los seguros de TV, me pasó dentro, estuvimos hablando, me pasó a una sala y me lancé sobre ella, la levanté las faldas, la toqué un poco, empezó a chillar, la tapé la boca y al ver que perdió el conocimiento me marché… no me llevé nada…»

11) «…Estaba en un callejón, repartía mis tarjetas, llamé a la puerta, me abrió la señora ésta de 65 a 70 años, me pasó a la cocina, me lancé sobre ella, la subí las faldas, la metí mano, empezó a chillar, la tapé la boca, perdió el sentido, cogí una radio…»

13) «…En la calle Alta, me parece, fui con el asunto de los televisores, me pasó dentro, tendría unos 65 años, me entró eso, esas molestias, la tumbé en la cama, ella se defendía, no estaba excitado, la tapé la boca, la fui a tocar, pero perdió el conocimiento, la rechacé…»

14) «…La de la calle que está entre la Cuesta del Hospital y la calle Alta… tenía 60 ó 65 años, llamé a la puerta, saqué los prospectos de TV, estuvimos hablando, me lancé sobre ella, tapándola la boca, la subí las faldas, la toqué el sexo, me excité (¿con el pene erecto?) …entre sí y no… y me marché…»

15) «…La de la calle Magallanes tendría 60 años, la enseñé las tarjetas, me mandó pasar, hablamos del paro y sin más empecé con los calores esos, me lancé sobre ella, la metí en la habitación, la tumbé en la cama, empecé a meterla mano, empezó a chillar, la tapé la boca, quedó inconsciente y me marché…»

16) «…La de la calle Perines…, ésta era una de las primeras, subí por pisos, llamé a la puerta, la enseñé los papeles, las tarjetas, tendría 65 – 70 años, me enseñó la casa y sentí los deseos esos de lanzarme sobre ella, la tumbé, la toqué el sexo, empezó a chillar y la tapé la boca, perdió el conocimiento, en esos momentos llamaron al timbre, abrí, era un chico que preguntaba si abajo había un taller, le dije que no sabía y con las mismas se largó, cerré la puerta, cogí un aparato de TV y radiocassette y sin mirar más, me marché…»

"Nunca creí que fueran a denunciarme porque siempre abandonaba sus casas pensando que se habían desmayado".

"No eran ningunas niñas, de eso cualquier tonto se da cuenta, y yo nunca las maltraté ni las desgarré con un palo" "No soy ningún sádico, sino una persona normalita con una inteligencia normal, ya que si fuera listo no hubiera caído".

"Qué más da, si al fin y al cabo se trata de unas cuantas viejas".

"Soy autor, pero no culpable".


«Es un psicópata desalmado y un pervertido sexual, con rasgos sádicos, necrófilos y fetichistas».

«La persona más ruin, cobarde, desalmada que me haya encontrado jamás».

«Es un psicópata desalmado y un pervertido sexual con capacidad para distinguir entre lo lícito y lo que no lo es. No tiene sentimiento de culpa y carece de compasión y vergüenza. Puede volver a repetir actos parecidos en el futuro».

«La persona más ruin, cobarde, desalmada que me haya encontrado jamás».

Archivo CNE